Astronautas, exploradores y poetas
¿Cuántos cambios inesperados hemos tenido que asimilar en estos casi dos años de vida pandémica? Todos tenemos un cuento que contar: algún drama, sorpresa mala, desgracia, pequeña o grande, de este tiempo extraño que algunos asemejan a ‘ciencia ficción’. Últimamente, eso sí, esta analogía me ha dejado de convencer porque la ficción, incluso la ciencia ficción más extraña, tiene inicio, desarrollo y fin. En algún momento termina.
Siempre he sido lectora de los relatos de exploradores -Magallanes y su accidentada circunnavegación del mundo, Darwin y el viaje del Beagle, Shackleton y su imposible travesía por el hielo antártico -y pienso que la pandemia es más bien algo así: no un cuento de ciencia ficción sino un largo viaje hacia lo desconocido. Una caminata por el Polo Norte, Polo Sur, o la Luna.
…la pandemia es más bien algo así: no un cuento de ciencia ficción sino un largo viaje hacia lo desconocido.
Todos quienes han viajado saben lo imprescindible que es traer -en la cartera, la maleta, la bodega del barco- herramientas esenciales para sobrellevar exitosamente los desafíos y los imprevistos que surgen cuando nos alejamos de la casa. Para los exploradores, pan, agua, perros, útiles de construcción, botes salvavidas por si el barco naufraga o se queda atrapado en el hielo (como pasó a Shackleton y a su tripulación). Para los viajeros de hoy, el cepillo de dientes, un cambio de ropa, pastillas extra, alguna merienda. Los vuelos se pierden, los buses se sobrecalientan y se quedan a la orilla de la carretera. Uno nunca sabe.
En estos años de pandemia, los profesores, los alumnos y las familias han debido emprender un viaje imposible, lleno de cambios impensables. El simple acto de salir de la casa e ir a la escuela, de repente, se convirtió en una travesía hacia otra dimensión con sorpresas inauditas: un caso de contagio, la toma de pruebas Covid en lugar de matemáticas o lenguaje, un aviso de que debíamos ir todos para la casa. Pasó ya varias veces, y puede pasar de nuevo. Teníamos algunas herramientas para enfrentarlo, pero no muchos y las consecuencias son retrasos y retrocesos en los procesos de aprendizaje.
En Estados Unidos se estima que los alumnos de enseñanza básica tendrán, en promedio, entre dos y cuatro meses de retraso en la lectura. En Chile un informe señaló que un 8% de alumnos no se conectó en absoluto durante la enseñanza remota. En México, cientos de miles de alumnos no terminaron el ciclo escolar 2019-2020.
Datos desalentadores. Pero hay otro aún más preocupante: la salud mental y emocional de nuestros alumnos. Un informe del Departamento de Educación del gobierno estadounidense ya lo califica de crisis, y según una encuesta de la consultora McKinsey, de unos 16.000 padres, un 35% de ellos están seriamente consternados por la salud mental de sus hijos desde que partió la pandemia, y un 80%, preocupados en menor medida.
Como comunidad educativa tenemos mucho terreno que cubrir y recuperar en los próximos años, en lo académico y en lo emocional. Eso me hace pensar en Shackleton, con su barco varado en el hielo antártico, y su tripulación mirando a su alrededor, a ese blanco infinito, buscando el norte. ¿No estaremos en una situación parecida?
Sí y no. La situación es, sin duda, inédita y dramática. Tan dramática y compleja que la UNESCO y varios países han identificado contenidos prioritarios, para ayudar a los profesores, alumnos y familias a enfocarse en las competencias y los contenidos más esenciales para nuestros alumnos. La UNESCO señala que la priorización curricular debe ser flexible, práctico, realista y ante todo alcanzable.
En Uruguay se propone una “pedagogía de la empatía” que contempla la contención de los alumnos y las familias.
En México la secretaría de la Educación ha subrayado aquellos aprendizajes que fortalezcan la capacidad de resiliencia. En Uruguay, se propone una “pedagogía de la empatía” que contempla la contención de los alumnos y las familias. Sin duda tenemos desafíos. Pero estas recomendaciones son un importante paso para dar a nuestros alumnos (y a nosotros mismos) las herramientas que necesitan (necesitamos) para enfrentar lo desconocido – venga lo que venga.
¿Y qué tiene todo esto que ver con un blog sobre lectura? Pues, tenemos una gran oportunidad en la clase de lenguaje para implementar estas recomendaciones, y podemos partir el día de mañana. No les voy a proponer un cuento de ciencia ficción, ninguna saga de fantasía para entretener. Propongo poesía.
Confieso que hasta hace poco no he sido una gran lectora de poesía. Como profesora de literatura y traducción, evité este género porque me producía miedo. A mí me gusta leer algo, identificar temas centrales y secundarios, reconocer características de personajes, buscar el hilo conductor, algún leitmotif. Salir de la lectura con un nuevo conocimiento. Pero la poesía no es así. Los versos suelen arrojar imágenes, sensaciones, emociones, observaciones, pensamientos que no necesariamente vienen en formato secuencial o lógico.
Pero la poesía no es así. Los versos suelen arrojar imágenes, sensaciones, emociones, observaciones, pensamientos que no necesariamente vienen en formato secuencial o lógico.
Por supuesto los poemas son el resultado de un proceso mental de pensamiento y reflexión, pero sobre todo de sensaciones, experiencias, impresiones que comunican de otra manera. En cierto modo leer poesía es algo así como caminar sobre el hielo infinito o la luna…una travesía de incertidumbre en esa primera lectura, y luego pequeños descubrimientos al releer, conversar, conectar con experiencias y sensaciones propios. Esto no es narrativo, no es predecible, no es lógico – un poco como la vida en pandemia.
El texto que les proponemos este mes es una invitación, tanto a profesores como alumnos, de insertarse en un mundo no del todo entendible. Se llama “Elefantes polares” y su primera línea dice lo siguiente:
Cuando llegué al curso nuevo, me hicieron sentar en el último banco, el que daba a la ventana. Fue el mismo año que mis padres se separaron y se cambiaron de país. Ese año también nos visitó una manada de elefantes polares.
La primera vez que leí esto, no lo entendí. Tuve que reunir a mis compañeros en Beereaders para comentarlo, para que me ayudaran a encontrar el “norte” de este texto. Se dio una conversación bonita, y con varias perspectivas sobre el significado de los elefantes polares y muchas otras cosas en este texto de prosa poética, entre ellas naves voladoras, una mamá astronauta que barre la Luna, una montaña rusa que viaja alrededor de un globo terráqueo, una salamandra de fuego sobre un trono. Con mis compañeros también hablamos sobre el protagonista, un niño que ha debido emigrar a un nuevo país, asistir a una nueva escuela, y aprender un idioma nuevo tras la separación de sus padres. Un niño, igual que Shackleton en el hielo, Magallanes en el vasto Pacífico, nosotros mismos con todos los cambios que hemos debido sufrir y sobrevivir durante la pandemia. ¿Quiénes entre nosotros no se ha sentido solo en la sala de clase, aprendiendo un nuevo idioma, mirando por la ventana, lleno de incertidumbres? En el texto, los elefantes polares acompañan al niño. ¿Serán ‘buenos’? ¿Serán ‘malos’? ¿Existen elefantes en los polos?
Creo que no se trata de eso. Se trata de lo siguiente: la poesía no nos da respuestas. Pero justamente sus ambigüedades nos brindan un espacio para conversar, compartir puntos de vista y, sí, tal vez abrir la puerta a algunos temas sensibles y delicados pero también universales y que no son tan fáciles de abordar de manera frontal en la sala de clase – sea una virtual o presencial.
Los cambios de los últimos años han sido marcadores. Nuestros hijos y alumnos son seres sensibles, atentos, y reactivos ante este mundo que están solo comenzando a conocer. Sin minimizar su gravedad, sí creo que la pandemia nos ha dado una oportunidad de idear nuevos modos de pensar y aprender, desde la orilla de las emociones y los sentidos para que nuestros hijos y alumnos encuentren su norte, su elefante polar, o fortaleza interior que le permite desafiar los desafíos de Covid -y los otros que enfrentarán en sus vidas- con éxito y una visión más profunda de la experiencia humana.
Nuestros hijos y alumnos son seres sensibles, atentos y reactivos ante este mundo que están solo comenzando a conocer.
Eso fue, estoy convencida, lo que ayudó a Ernest Shackleton y su tripulación a sobrellevar y sobrevivir su odisea en el hielo antártico –dos años de perseverancia, sabiduría, tesón y espíritu, en los que también crearon espacios para lectura, conversación e incluso un poco de alegría en medio de ese gran incertidumbre blanco.